13 de abril de 2013

ARBOLES Y EDIFICIOS

En este momento están terminando de talar un palo borracho de, calculo, 40 o 50 años frente a mis ojos que  asisten a un espectáculo triste e insensible: ese árbol era una bocanada de aire fresco y nuestra jungla entre estos edificios, lo único por lo que valía la pena mirar por la ventana.
Está en el patio de una casa, el pulmón de la manzana, y no se puede hacer más que mirar, pensar y escribir que la gente se asoma a sus balcones y mira perpleja el avance de una motosierra de la que nosotros también somos parte, pues vivimos en edificios que años atrás se construyeron sobre raíces parecidas.
Hago una recopilación y recuerdo todos los árboles que me dolieron, el pino de mi abuela, el jacarandá que mi abuelo cortó porque le rompía las cañerías y éste. Pienso en lo que me toca esta vez, explicarle a mi hijo por qué la destrucción, explicarle que a nuestra casa no la van a tirar abajo porque ya me lo preguntó. Pienso en la suerte de toda esa madera de fibras nobles y en los pájaros que habitaban en él. Ah, y en las espinas protectoras que ahora son ingenuas.