20 de noviembre de 2008

DIAS DE RADIO

Ahora escucho una radio que se llama FM Urquiza (91.7), que pasa Jazz de los años 30.
Si es otoño y doblás es una esquina mientras suena esa radio, es como estar adentro de una película de Woody Allen.
Es más, creo que es la radio que escucharía Woody Allen si hubiese nacido en Villa Urquiza. Pero no, para su desgracia nació en Nueva York.
Si es de noche, juego a que los golpes del bajo coincidan con algún cartel luminoso que prende y apaga. O con el semáforo que cambia. Para esta actividad, recomiendo el cartel de la farmacia que hay en General Paz y Constituyentes.

Y hay un viejo que hace comentarios y tiene unos problemas de dicción terribles, pero yo creo que es el dueño de los discos así que le tengo bastante respeto.
Si es muy tarde, de los parlantes de esa radio sale un poco de olor a vodka, lo juro. Yo creo que es una conjunción de cosas: una relación justa entre los sonidos y los silencios, alguna cadencia puntual o la irrupción de un clarinete que, aunque no quiera, el oyente acompaña levantando el dedo índice.
Como en un cuento que leí donde un saxofonista afirma que su vida va delante de él 15 minutos, y en eso se explica casi lo que es su forma de tocar.

Una vez, alteré mi recorrido en auto para no perder la señal en una canción que me gustaba. Es así: si seguís por General Paz para el lado de Cabildo, pasando Constituyentes, es mejor bajar en Balbín y seguir hasta doblar a la izquierda en Congreso. Por ese camino se escucha perfecto.
En estos meses me hice un mapa mental bastante impecable de los límites de esta señal tan frágil:
Hasta Rivadavia, todo por General Paz y más allá de Libertador ya no. Para el otro lado, se escucha en casi toda la capital. Y pasando Panamericana para el lado de San ISidro se escucha hasta el Unicenter y ahí se vuelve de cumbia. Ese es un momento bastante violento (se aconseja cambiar de radio antes). Una vez la escuché bien por Barracas, pero quizá fue el viento o los planetas.

Yo compro vinilos pero no tengo tocadiscos y esta radio es casi como tener uno. La tuve grabada en la memoria número cinco, y después la pasé a la cuatro. Ahora le sopla en la nuca a la Mega.
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14 de noviembre de 2008

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE VAUQUITA

Una de las cosas por las que debemos sentirnos felices de vivir en esta época de la historia es esta golosina de nombre perfecto.

Hablo desde una generación que nació después del gatillo fácil de Mark Chapman y que se perdió los mejores años de Maradona, pero que puede golpearse el pecho sabiendo que su vida va a transcurrir entre dos fechas que contienen a este tesoro de un peso con cincuenta.

Arriesgo que la dulzura (que empieza ya desde su nombre) radica en la letra "U" de Vauquita. Si se llamara Vaquita no sería lo mismo. Y si recuerdan la "Vaquerita", que era el mismo producto pero con otro nombre, van a saber que fracasó por esta variante de la pronunciación.
Además, la fuerza de empezar con "V" corta, la "A" como primera vocal, como avisando que vamos a decir algo importante, y ese final en diminutivo, es casi un acto de humildad de la propia golosina que no nos quiere decir que le rompe el orto a cualquier otra.

El acto de comer una Vauquita contiene una felicidad tal que que podría ser una leyenda en los paquetes, al estilo "Fumar es perjudicial para la salud, ley 23.344", pero en positivo.
Cuando tengo una cerca, me conmueve cualquier tipo de ruego y si estoy en la calle soy sordo a cualquier insulto o a la contaminación sonora. Cuando como una Vauquita, siento que los otros 4 sentidos me sobran.
Podrán apropiarse de mi jubilación, aumentarme el alquiler o "adelantarme" las vacaciones, pero si me sacan la Vauquita voy a Plaza de Mayo.

Cuando apareció la versión XXL, pensé que la evolución de lo dulce había llegado a su fin y que yo estaba acá para presenciarlo, como un hecho histórico sin dudas a la altura de la aparición del Jazz-rock o de la minifalda. Encima, a un precio ridículo de ¡¡4 pesos!!, que si la comparamos por su peso, es equivalente a 6 de las chiquitas que salen 1,50...hagan la cuenta.

Por si fuera poco, el paquete dice que es apto para celíacos y hasta tiene una banderita argentina como para que además de con el estómago feliz, la Vauquita nos deje esa inconfundible sensación de "cómprele al país".


Este texto nació cuando leí este otro...
http://caradetodo.blogspot.com/2008/10/cara-de-amor-eterno.html

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11 de noviembre de 2008

QUÉ MAS HAY POR ACÁ


A esta altura me duele el índice de apretar el botón izquierdo. Es noviembre y el almanaque
que tengo en el escritorio sigue en agosto.
A las siete de la mañana me replanteo muchas cosas de la vida y a veces, a las siete y media agradezco no tener un revólver en la mesa de luz (ni mesa de luz). En la biblioteca tengo un Revolver, pero es de los Beatles (risas grabadas).
Me mandaron una foto y dije "qué linda, ¿cuál soy yo?"
Ah, explotó una botella que me olvidé en el congelador. Por suerte nosotros no somos de vidrio.

Nada más.
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