Voy a escribir algo triste: es que hace unas semanas Lito, el peluquero de mi barrio, dejó esta vida. El me cortó el pelo desde la primera vez que me creció y cuando supe la mala noticia
se me vinieron un puñado de recuerdos y una frase de Ardizzone: "A la muerte habría que matarla".
Al principio tenía la peluquería en su casa, y yo que era chiquito, en vez de dar la vuelta manzana me cruzaba por atrás, atravesando el patio de otro vecino. Una vez que estaba enojado, le dije a mi mamá que me llevara la ropa porque me iba a quedar a vivir ahí, gritando desde el otro lado del alambrado.
Después la mudó a otro local justo en la esquina, inaugurando un nicho comercial que dudo se vuelva a repetir: una peluquería con kiosco.
Mis amigos dicen que la peluquería se llamaba "La tijerita loca", no sé si era una joda, pero me lo juran. Muchas veces discutimos sobre si alguien puede poner un nombre que sea tan peligroso para los clientes ¿Una tijerita loca? ¿quién se va a cortar? ¿Alguien se operaría del apéndice en el hospital "El Bisturí enojado"? Además, no había ningún cartel que dijera cómo se llamaba. Ahora me doy cuenta de que ya no voy a saber si era cierto.
Cada vez que me iba (pero siempre) Lito me hacía dos chistes y yo me reía igual: "Con tanto pelo le podrías prestar un poco a tu abuelo". Y cuando con la hoja de afeitar pasaba cerca del lunar que tengo en la nuca me preguntaba: "¿Ché, vos, ese lunar, lo querías?.
Voy a exagerar, pero últimamente ya no me cortaba con él y ahora no puedo dejar de verlo como una traición.
El mate que aparece en la foto no es casual, es para ahorrarme de decir que era uruguayo.
Ya pasaron varias semanas desde que Lito se fue y sin embargo, cada sábado aparece gente que no sabe, y que espera parada en la esquina que venga Lito y abra la peluquería.
Irremediablemente, yo me voy a acordar de él cada vez piense que tengo el pelo un poco largo.